Caída de la Participación Electoral: La Democracia de la Abstención
Cuando los votantes son intermitentes
Caída de la Participación Electoral: La Democracia de la Abstención
La mayoría de los ciudadanos participan en las elecciones de forma más o menos regular. Sin embargo, algunos de ellos a veces no pueden hacerlo o no se sienten lo suficientemente concernidos como para tomarse la molestia de acudir a las urnas. Otros deciden deliberadamente abstenerse por motivos políticos, por ejemplo porque quieren expresar su descontento o porque ningún candidato les conviene. Pero algunos votantes también optan por expresar sentimientos similares a través del voto «en blanco» o «nulo», o manifestándose a favor de partidos de protesta. La participación y la abstención pueden tener, por tanto, significados opuestos o similares, según los casos.
Numerosas encuestas han demostrado que el abstencionismo electoral está vinculado a un gran número de factores diferentes. Diversas tradiciones explicativas han hecho hincapié en algunos de estos factores. Es necesario ir más allá de estas oposiciones para explicar mejor este complejo fenómeno social y comprender las razones de su auge en la época contemporánea.
Niveles variables de participación electoral
Variaciones nacionales
El nivel de participación electoral varía de un país a otro, en parte debido a la forma en que se organizan las elecciones. La participación es elevada en los países en los que el voto es «obligatorio» (Bélgica), aunque el incumplimiento de esta «obligación» rara vez se penaliza. La participación es baja en Suiza, donde la proliferación de votaciones (referendos, a veces por iniciativa popular) reduce el alcance de las elecciones y cansa a algunos votantes. También es baja en Estados Unidos, principalmente porque las elecciones se celebran en día laborable.
Variaciones según el tipo de elección
En Estados Unidos, la participación en las elecciones presidenciales de mitad de mandato es 15 puntos inferior a la de las elecciones presidenciales.
«El registro nacional de votantes negros durante la década de 1970 apenas alcanzó más de la mitad de su potencial. Los hispanos permanecieron igualmente inmovilizados, mientras que sólo una cuarta parte de los desempleados -de todas las razas- se molestaron en votar. Con 25 millones de jóvenes de entre 18 y 20 años se crearía una mayoría electoral liberal de izquierdas, pero sólo el 23% de los votantes potenciales menores de treinta años participaron en las elecciones de mitad de mandato de 1970. En conjunto, el efecto de este abstencionismo creciente fue aproximadamente el mismo que si se hubiera introducido una limitación del derecho de propiedad para garantizar una mayoría electoral de clase media y alta.»
– Mike Davis
En Francia, las elecciones presidenciales registran la mayor participación media, seguidas de las legislativas, municipales, regionales, cantonales y europeas. En general, la participación es mayor en las elecciones «nacionales» que en las «locales», o en las elecciones generales que en las elecciones parciales. Las elecciones en las que las apuestas del poder institucional son escasas o se perciben como escasas (elecciones europeas) atraen a pocos votantes.
Variaciones según la configuración política
Los votantes acuden más a las urnas cuando hay perspectivas significativas de cambio político. Las elecciones en las que lo que está en juego se percibe como limitado (por ejemplo, en Estados Unidos, debido a las características de los partidos, el federalismo y la separación de poderes) o poco «destacado» (por ejemplo, el referéndum de 1988 sobre Nueva Caledonia en Francia), las elecciones en las que los representantes de las corrientes políticas importantes están ausentes (algo frecuente en Estados Unidos) y las consultas demasiado frecuentes (por ejemplo, Suiza, Estados Unidos, las elecciones de 1962, 1981 o 1988 en Francia) favorecen el abstencionismo.
Variaciones según las características de los ciudadanos
La disposición a participar aumenta con el rango social y el nivel de educación. Para los especialistas en sociología electoral, la educación es el factor más «predictivo» del voto (es decir, el más fuertemente correlacionado con la participación). La participación es menor entre los grupos de edad más jóvenes. Su frecuencia aumenta con la edad y disminuye a edades más avanzadas. Esta correlación con el ciclo vital es más pronunciada cuanto más bajo es el nivel social y cultural. Durante mucho tiempo, las mujeres tenían más probabilidades que los hombres de abstenerse de votar. Estas diferencias se han reducido considerablemente. Siguen siendo notables en los grupos de mayor edad y tienden a desaparecer entre los más jóvenes.
Por diversas razones, que se analizarán más adelante, la probabilidad de participar en unas elecciones es mayor entre los habitantes de zonas rurales que entre los de zonas urbanas, entre los propietarios de viviendas que entre los inquilinos, entre los empleados del sector público que entre los del sector privado. Es mayor entre la población activa que entre los desempleados, entre los que tienen contratos de trabajo de larga duración que entre los que tienen empleos más precarios, entre los casados y las parejas con hijos que entre los solteros, los viudos o los cabezas de familias monoparentales.
Tradiciones para explicar la participación electoral
La participación electoral tiene una fuerte carga simbólica y la abstención es motivo de preocupación. Por ello, numerosos trabajos empíricos han tratado de explicarla. Se pueden distinguir varias tradiciones analíticas.
La teoría del votante racional
La primera tradición examina el voto desde el punto de vista de la teoría del votante racional. Sus defensores han hecho hincapié en la paradoja y el enigma de la participación: la probabilidad de que un voto influya en los resultados es tan baja que los « costes» de la participación (trámites de inscripción, pérdida de tiempo, renuncia a otras actividades) deberían disuadir a los ciudadanos de votar. Y sin embargo, ¡mucha gente vota! Esta visión de los « beneficios» de la participación es demasiado simplista, y el análisis ignora algunos de los costes de la abstención.
Porque los incentivos para votar también residen en la satisfacción de haber apoyado a un partido o a un candidato o de haberse opuesto a otros, en el sentimiento de haber cumplido con el deber, en la reactivación de identificaciones patrióticas, sociales o políticas, en la autoestima, en la satisfacción derivada de la asociación con emociones y ceremonias colectivas, en la preocupación por ajustarse a las expectativas de los allegados, en las esperanzas y alegrías compartidas con la familia o los amigos, o en el temor a las reacciones negativas del entorno o de las autoridades locales.
Otros autores han desarrollado la teoría en esta línea para analizar la especificidad de Estados Unidos, donde los costes de la participación son más elevados (requisitos de registro en ciertos estados, votación en días laborables) y los beneficios políticos más reducidos (no representación de las corrientes minoritarias, ausencia de competencia en varias circunscripciones, alcance más restringido de las elecciones debido a la fragmentación de un sistema político federal en el que los poderes están separados y se neutralizan mutuamente). En la misma línea, explican la reciente tendencia al abstencionismo por la disminución, para el individuo, de los beneficios del voto (debido a la desafección política y al debilitamiento de las obligaciones cívicas).
La explicación política
Una segunda tradición favorece la explicación «política». Varios autores sostienen que los votantes participan más voluntariamente cuando perciben la utilidad política de su voto. La abstención también se explica por razones y razonamientos políticos. Por ejemplo, las situaciones hegemónicas sin esperanza de cambio desmovilizan a la gente, mientras que las perspectivas de cambio la vuelven a movilizar.
Apolítica: Una postura voluntaria, a veces estratégica
En la Antigüedad, sólo los epicúreos teorizaron y adoptaron la idea del desentendimiento de la vida de la ciudad como postura doctrinal. Buscando el placer en la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y en la ausencia de problemas para el alma, consideraban que el hombre sabio era aquel que sabía evitar exponerse a problemas innecesarios. A diferencia de los estoicos, que valoraban laimplicación política, abogaban por retirarse de la vida pública para evitar sus inconvenientes.
El apolitismo es a menudo una limitación autoimpuesta para evitar que la tendencia a la división y al conflicto inherente a la política perturbe las actividades. Muchas asociaciones, culturales o deportivas por ejemplo, se abstienen de adoptar cualquier postura política. Del mismo modo, un buen comerciante sabe que no debe tomar partido públicamente en política. En muchas ciudades pequeñas, se elaboran listas «apolíticas» para evitar tensiones en el seno de una pequeña comunidad.
Es la ausencia de proyectos claros y creíbles la que tiene la clave del declive contemporáneo de la participación. Estas hipótesis explican ciertos fenómenos pero no pueden generalizarse. Por ejemplo, son difíciles de conciliar con las bajas expectativas políticas de ciertos segmentos de la población. No explican adecuadamente la variación de la participación en función de las características sociales de los ciudadanos.
Explicaciones sociológicas
Al centrarse en este tipo de variación, algunos autores han hecho hincapié en explicaciones más sociológicas. El hallazgo de correlaciones entre la probabilidad de votar y la edad, la situación familiar y el estatus profesional ha llevado a Alain Lancelot a argumentar que la participación electoral depende de la «integración social» y la abstención de una «debilidad» en esta integración. Aunque la «integración» apenas se define y la cuestión rara vez se hace operativa (mediante la elaboración de indicadores y medidas), la explicación tiene en cuenta ciertos factores de la participación, como la situación familiar. Pero es difícil ver cómo los menos cualificados y los miembros de ciertos sectores de las clases trabajadoras están «menos integrados». Extendida a estas categorías, la noción de integración se convierte en un eufemismo para designar situaciones sociales desfavorecidas.
Otros sociólogos han subrayado que la participación depende de la fuerza de las convicciones políticas y, en su defecto, de la intensidad de los mecanismos electorales y de movilización social.
Cuanto más dispuestos estén los individuos a interesarse y preocuparse por la política, más probabilidades tendrán de votar con regularidad. El interés por las cuestiones políticas es mayor (por término medio) entre los hombres y las generaciones intermedias, y aumenta con el nivel cultural y el rango social. Estas diferencias son manifestaciones de la división tácita del trabajo político entre géneros, generaciones y categorías sociales. Esta división difusa de las tareas entre las personas está, entre otras cosas, estructurada por las relaciones de predominio/subordinación social, ya que las categorías en posición de supremacía (los hombres, las generaciones intermedias y las que ocupan posiciones sociales más elevadas) se implican más en las cuestiones políticas.
Estas diferencias de análisis se han establecido a veces como oposiciones artificiales que hay que superar. Para ello, debemos distinguir cinco procesos que fomentan la participación.
Factores que fomentan la participación electoral
La carga simbólica de las ceremonias electorales
El derecho de voto se percibe generalmente -aunque de forma desigual- como una conquista. Hombres y mujeres han sacrificado su vida para obtenerlo y transmitirlo. Simboliza la pertenencia y la pertenencia a la comunidad nacional (Sophie Duchesne) y distingue tradicionalmente a los ciudadanos de los extranjeros. Votar es, por tanto, también una forma de mostrar interés por el propio país. Las elecciones también se consideran la piedra angular de las instituciones democráticas. A través de las elecciones, los ciudadanos pueden expresar y hacer valer sus opiniones y expectativas. Se supone que tienen el poder de nombrar y controlar a los representantes elegidos y de influir en las decisiones de los gobernantes.
El derecho de voto distingue así al ciudadano del súbdito ya que, al ejercerlo, el primero consiente el ejercicio de la autoridad, mientras que el segundo sólo puede soportarlo. Los procedimientos electorales también se consideran medios legítimos para resolver pacíficamente los conflictos. Por último, la participación electoral refuerza la legitimidad interna e internacional del Estado y de sus dirigentes.
Por todas estas razones, el acto de votar es muy valorado, al menos desde el punto de vista de los principios oficiales más venerados. Las elecciones son una importante ceremonia cívica, nacional y democrática en la que a muchos ciudadanos les resulta difícil no participar, incluso cuando tienen poco que ver con las cuestiones políticas en juego. Las jornadas electorales son inusuales por sus aspectos festivos y a veces catárticos (liberan pasiones y alejan crisis). También son ocasiones para viajar y regocijarse. Los comicios son formas de celebración y comunión nacional, patriótica, democrática y cívica. También son ceremonias en las que se suspenden las jerarquías habituales. Se ve a personalidades importantes cumplir con su deber electoral «como ciudadanos corrientes», un hecho «insólito» que los medios de comunicación se apresuran a señalar.
La importancia de la participación se inculca en muchas familias y se enseña o se enseñaba en las escuelas. Muchos niños lo experimentan de forma confusa al constatar la seriedad de sus padres cuando participan en los extraños ritos de una jornada extraordinaria. Para muchos ciudadanos, votar es devolver lo que uno debe a su país, comportarse de forma cívica, hacer lo que le han enseñado y cumplir con un deber. La no participación es condenada por una parte de la población como una manifestación de egoísmo, incivismo y estrechez de miras (véase la imagen del «pescador»). La abstención es una violación de una norma, sancionada por reacciones difusas (comentarios críticos de familiares y amigos, cargo de conciencia por parte de los ausentes que se resisten a admitir su abstención, miedo a ser notados, reprochados o incluso represaliados).
Estos sentimientos cívicos siguen estando bastante extendidos, sobre todo a medida que aumenta la edad. La percepción de la participación electoral como una obligación política y democrática aumenta con el nivel de educación. La adhesión de pensamiento y palabra a estos principios normativos oficiales no implica que siempre se respeten en la práctica. De hecho, hay varios indicios de que esta adhesión se está debilitando.
Pero las creencias en la importancia de las elecciones o en la obligación de participar son lo suficientemente fuertes como para animar a algunos votantes a acudir a las urnas. Esta dimensión «ritual» o «ceremonial» de la participación electoral es especialmente visible cuando los votantes hacen el esfuerzo de acudir a los colegios electorales cuando el resultado se conoce de antemano – por ejemplo, en el caso de que sólo haya un candidato – o cuando se sienten poco concernidos por lo que está en juego políticamente en la votación.
Procesos de autorización legales
El interés por los asuntos de la ciudad tiene, sin embargo, una dimensión estatutaria, en el sentido de que la posesión de un punto de vista sobre el gobierno del país y el deseo de expresarlo con ocasión de las elecciones se consideran socialmente como una aptitud y una obligación vinculadas a ciertas posiciones en la sociedad. Durante mucho tiempo se dio por sentado que quienes poseían alguna propiedad tenían un mayor interés que los demás en el buen funcionamiento de la sociedad. Desde esta perspectiva, los derechos políticos debían reservarse a quienes pagaran impuestos o, en su defecto, a aquellos cuyos diplomas acreditaran sus «capacidades». Las restricciones censales (legales) explícitas derivadas de estas concepciones han desaparecido.
Pero los procesos de autorización legal o de abstención siguen funcionando (en igualdad de condiciones). Así, cuanto más elevada es la posición que se ocupa en la sociedad y más alto es el nivel cultural, más obligados y autorizados se sienten los individuos a ocuparse de cuestiones políticas. Por el contrario, quienes ocupan posiciones consideradas «inferiores» y cuyo nivel cultural es bajo se inclinan más a menudo a pensar que la política «no es asunto suyo».
Del mismo modo, durante mucho tiempo se consideró que el derecho al voto era «naturalmente» masculino. Por esta razón, los hombres eran más proclives a ejercerlo una vez que se había convertido en algo más genuinamente «universal». Sólo en la época inmediatamente contemporánea la participación desigual de mujeres y hombres ha tendido a disminuir, aunque la división del trabajo político entre los sexos persista bajo otras formas.
Participar en las elecciones también se considera (de forma difusa y tácita) un atributo de madurez. Los más jóvenes se sienten menos obligados a ocuparse de los asuntos «serios» de la política. La adquisición progresiva de los elementos constitutivos de la respetabilidad y la responsabilidad social (estabilización matrimonial, parental, profesional y residencial) produce simétricamente efectos de incentivo para la participación electoral. Estos incentivos estatutarios relacionados con la edad son más marcados para los individuos que no están predispuestos a participar en las elecciones debido a otros procesos de implicación estatutaria (por ejemplo, los inducidos por una posición social y un nivel cultural elevados) o debido a la implicación política o sindical. A la inversa, cualquier factor que impida a las personas asentarse en el mundo social (desempleo prolongado, empleo precario, soltería) va acompañado lógicamente de un mayor nivel de abstención.
La labor de los actores políticos
La gente acude a las urnas porque se le anima a hacerlo (Steven J. Rosenstone y John Mark Hansen). Los partidos, los activistas, los movimientos sociales y los grupos de interés gastan una gran cantidad de energía para movilizar a los ciudadanos. Los candidatos tratan de reunirse con los votantes en los mercados, fuera de las fábricas y en reuniones privadas y públicas. Hacen repetidos llamamientos en los medios de comunicación para que la gente les vote. En algunos países, recurren a una costosa publicidad política. Los activistas distribuyen folletos, van de puerta en puerta, sondean a los votantes por teléfono y, a veces, los llevan a los colegios electorales. Esta labor de movilización contribuye a la excitación electoral, informa a los ciudadanos (de forma desigual), reactiva los sentimientos de obligación cívica, las simpatías partidistas y las disposiciones ideológicas de una parte del público, refuerza (en mayor o menor medida) diversas identidades (sociales, políticas, territoriales, nacionales) y sensibiliza a ciertos electores sobre los temas que están en juego en la votación.
Mi equipo y yo hemos escrito este artículo lo mejor que hemos podido, teniendo cuidado en dejar contenido que ya hemos tratado en otros artículos de esta revista. Si crees que hay algo esencial que no hemos cubierto, por favor, dilo. Te estaré, personalmente, agradecido. Si crees que merecemos que compartas este artículo, nos haces un gran favor; puedes hacerlo aquí:
Cuanto más importancia conceden -de forma explícita, pero aún más de forma tácita- las distintas categorías de especialistas políticos a unas elecciones, más redoblan sus esfuerzos para influir en los resultados o comentarlos, y más recursos movilizan para ello. Así pues, las elecciones se clasifican en función de las credenciales políticas de los candidatos que se presentan, la energía política invertida, la cobertura mediática, el volumen de comentarios, el tiempo de emisión, las expectativas asociadas a los resultados y los gastos de campaña. La magnitud de la movilización ayuda a definir la importancia de los comicios a los ojos de los especialistas y del público.
Los menos interesados o los menos disponibles se mantienen al margen cuando la participación se mantiene por debajo de un determinado umbral. La participación varía así en función del tipo de elecciones (presidenciales o europeas, parciales o generales) o de la configuración electoral (resultados ajustados o previsibles, expectativas de alternancias ideológicamente significativas o sensación de que no hay muchas diferencias entre los candidatos que se presentan).
Expectativas políticas
La labor de movilización política afecta sobre todo a los electores más abiertos a las cuestiones políticas. Por supuesto, hay ciudadanos poco interesados en la política que acuden a los colegios electorales por sentido del deber cívico o porque ciertos miembros de su entorno les animan a hacerlo. A la inversa, algunos votantes especialmente politizados pueden abstenerse, porque se lo impiden o porque tienen razones políticas para no acudir. El hecho es que cuanto más desarrollados estén los intereses políticos de las personas (apego o repulsión hacia un partido, fuertes convicciones sobre la política gubernamental o los temas en juego en la campaña, preocupación por enviar un mensaje político a través de su voto), más probabilidades tendrán de participar en una votación. Cuanto más politizados estén los ciudadanos, más vinculada estará su participación – y a veces su abstención – a consideraciones puramente políticas, cuyos efectos pueden verse reforzados por otros factores de incentivación.
Como hemos visto, estas expectativas puramente políticas de las elecciones están desigualmente repartidas entre la población. También dependen del contexto. Están más desarrolladas en situaciones caracterizadas por un «estado de ánimo público» politizado y por la amplitud de los movimientos sociales. Por el contrario, cuanto más débiles sean los intereses políticos, más dependerá la participación del sentimiento de obligación cívica, de las disposiciones legales para la participación electoral, de la amplitud del trabajo de movilización de las organizaciones políticas y del estímulo de la familia y los amigos.
Incentivos a la participación por parte de la familia y los amigos
Hombres y mujeres viven en «grupos primarios» formados por familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y miembros de organizaciones religiosas, sindicales, políticas o comunitarias. Muchos ciudadanos relativamente indiferentes a la política tienen allegados más familiarizados con las cuestiones electorales o cuyos sentimientos cívicos están más desarrollados. Estos familiares se movilizan y movilizan a otros en la medida en que ellos mismos son movilizados por los actores políticos u otros líderes de opinión de sus propios círculos. En sus encuentros cotidianos, y normalmente de forma incidental y furtiva, transmiten a los demás información sobre las fechas, los aspectos prácticos, el alcance y lo que está en juego en las elecciones. Los ciudadanos más preocupados reactivan el «superego» cívico, las identidades sociales y las atracciones o repulsiones políticas de los menos preocupados.
Las redes sociales de los grupos primarios son los últimos eslabones de la cadena de movilización electoral.
En definitiva, cada ciudadano acude a las urnas por un conjunto complejo pero variable de razones e incentivos cívicos, normativos, políticos, afectivos, rutinarios, recreativos o interpersonales. Cuando no están muy abiertos a las cuestiones políticas, el estímulo, la admonición o el ejemplo de sus allegados son factores decisivos. En igualdad de condiciones, las personas que no son muy sensibles a las cuestiones políticas que están en juego en unas elecciones tienen más probabilidades de participar en ellas si participan en diversos grupos primarios y conocen a personas que se interesan por las elecciones por diversos motivos, que quieren animar a sus conocidos a participar y que tienen suficiente autoridad para hacerlo.
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Del mismo modo, las personas que están relativamente aisladas tienen menos posibilidades de movilizarse en el curso de su vida cotidiana. Por lo tanto, es comprensible que los que tienen más movilidad (por ejemplo, los inquilinos frente a los propietarios) tengan más probabilidades de abstenerse de votar. Lo mismo ocurre con los que están más aislados (ancianos, solteros, viudos, divorciados). En la misma línea, cuanto más sometidos estén los individuos al control de sus allegados, que pueden ver su absentismo y castigarlo (con una mirada, un comentario o un cotilleo), más evitarán abstenerse. Esta es una de las razones del nivel relativamente bajo de absentismo en las zonas rurales.
Tendencias contemporáneas del abstencionismo
Un fenómeno creciente
En términos generales, el abstencionismo va en aumento, con algunos repuntes temporales, raros y frágiles. La tendencia es perceptible en Estados Unidos desde los años sesenta. Apareció en la mayoría de los países europeos en la segunda mitad de la década de 1980, con algunas raras excepciones. En Francia, se han batido récords de abstención en varios tipos de elecciones en los últimos años.
El descenso de la participación electoral es tanto más notable cuanto que se produce a pesar de una serie de transformaciones sociales que tienen el efecto contrario: mayor escolarización, menos empleos poco cualificados en la agricultura y la industria, más asalariados y mejor formados en el sector servicios, aumento del número de empleos con diversos vínculos con el Estado, envejecimiento de la población y socialización de las mujeres votantes.
Las tendencias de la participación electoral pueden dar la impresión de que existe una población creciente de abstencionistas habituales. En realidad, los abstencionistas crónicos son poco numerosos (François Héran, François Clanché). La mayoría de los que se cuentan como «abstencionistas» en unas elecciones determinadas son votantes más o menos intermitentes.
La abstención intermitente aumenta en todas las categorías de la población, pero son las categorías tradicionalmente más abstencionistas, en particular ciertos sectores de las clases trabajadoras y las nuevas generaciones de ciudadanos, las más afectadas. Así pues, las desigualdades en la participación tienden a aumentar a medida que disminuye la participación.
Como consecuencia del descenso de la participación, las categorías de abstencionistas y de votantes no inscritos también se han vuelto más heterogéneas.
Un núcleo muy reducido de ciudadanos se mantiene al margen de las elecciones por una convicción ideológica expresada de forma más o menos sistemática. Mucho más numerosos son los abstencionistas que muestran muy poco interés por la política y son bastante escépticos sobre lo que pueden esperar de ella. Estos segmentos del público manifiestan a menudo un sentimiento de incompetencia cuando se trata de cuestiones que perciben como «políticas». Al mismo tiempo, son muy críticos con los políticos y los partidos políticos. La mayoría de ellos proceden de la clase trabajadora y las dificultades a las que se enfrentan refuerzan su creencia de que hay poco que esperar de la política y que es mejor mantenerse al margen. Algunos votantes tienen una relación con la política bastante similar a las anteriores, con la diferencia de que tienen preferencias arraigadas transmitidas por grupos primarios.
Estas preferencias les vinculan a grupos organizados (el movimiento obrero o el movimiento católico, por ejemplo). Sus simpatías políticas no son muy fuertes pero, reactivadas y reforzadas por las solicitaciones de miembros más politizados de su entorno y por sentimientos cívicos, apuntalan una voluntad de votar que sigue siendo relativamente sólida, aunque tiende a desmoronarse. Los sectores más jóvenes de la población, situados en el centro de la jerarquía de cualificaciones, posiciones sociales y niveles de politización, también se abstienen con más frecuencia que en el pasado. Por último, en los últimos veinte años aproximadamente, una proporción creciente de la población politizada ha expresado su decepción con la política en general. Expresan su insatisfacción a través del voto «en blanco» o «de protesta», o absteniéndose de votar.
El aumento de estas abstenciones heterogéneas es el resultado de cambios en los procesos de incentivación.
El debilitamiento de los procesos de incentivación
Como resultado de transformaciones numerosas, difusas, complejas y poco elucidadas, estamos asistiendo a un debilitamiento de la adhesión a las normas, del respeto de las obligaciones y del sentimiento de obligación. Esta tendencia general afecta también a las esferas cívica y electoral. La abstención está menos estigmatizada que en el pasado. Por ejemplo, se es un poco más abierto al respecto.
Las campañas electorales se centran ahora más en los medios de comunicación que en las reuniones en las escuelas y los contactos cara a cara entre activistas y votantes. Al mismo tiempo, son menos movilizadoras para diversos sectores del electorado. Es más, estas campañas mediáticas ofrecen pocos incentivos. Los medios de comunicación han contribuido a transformar el estilo de la política favoreciendo las «ocurrencias», las revelaciones sobre «escándalos», las consideraciones anecdóticas y las rivalidades entre individuos. La cobertura mediática de la política se ha vuelto más crítica, incluso cínica. Los partidos también son menos atractivos. El número de militantes de los partidos ha descendido considerablemente. La distancia ideológica entre ellos se ha estrechado. En el pasado, se enfrentaban por cuestiones ideológicas globales. Ahora chocan por cuestiones más técnicas.
El debilitamiento de los movimientos obreros y católicos ha desempeñado un papel importante en el aumento de la abstención entre la clase trabajadora. Como consecuencia de la desindustrialización, la deslocalización, el desempleo, el desmantelamiento de las comunidades obreras y el colapso del comunismo, las numerosas organizaciones que solían apuntalar y movilizar a los grupos obreros se han venido abajo. El desarrollo de una división «étnica» que enfrenta a las personas de origen extranjero no europeo entre sí y con las de origen «autóctono» contribuyó a debilitar la oposición entre asalariados y directivos de empresa que, junto con la división entre la Iglesia católica y el campo laico, dio sentido a los enfrentamientos políticos. Una proporción importante y creciente de lo que ya no se llama «clase obrera» procede de una población inmigrante que, al menos hasta ahora, ha mantenido y mantiene una distancia con los procesos de representación establecidos. Las tasas de abstención son más elevadas en los suburbios, donde estos grupos son relegados y marginados.
Algunos grupos están menos expuestos a los múltiples procesos de incentivación y sanción que operan en la vida cotidiana (Patterson). Es el caso de las personas que se han trasladado de las zonas rurales a las urbanas o “rur-urbanas”, donde el control social está menos desarrollado. El aumento del número de personas que viven «solas» o en familias monoparentales como consecuencia de divorcios, separaciones o nacimientos fuera del matrimonio, la movilidad geográfica, el descenso de la práctica religiosa o de la afiliación a sindicatos o partidos juegan en la misma dirección.
La creciente desafección política
Los segmentos de la población más propensos a la abstención son los que presentan desventajas sociales más diversas. El desempleo, la pobreza, la precariedad laboral, el estancamiento del poder adquisitivo de las personas con rentas bajas, la violencia física o simbólica en las relaciones sociales, la falta de perspectivas, la inevitabilidad del fracaso escolar, el endurecimiento de las condiciones laborales para quienes ocupan empleos poco cualificados, la discriminación y estigmatización que sufren las personas de origen no europeo – todo lo que ha contribuido a agravar las condiciones de vida de un mayor número de grupos desde los años 70 está ayudando a reforzar y extender el escepticismo político de estos grupos ya predispuestos.
Un elemento nuevo es la propagación de formas de desafección ligeramente diferentes entre los jóvenes (de 18 a 35 años) con niveles de estudios superiores (por ejemplo, diplomas de formación profesional o bachilleratos, B.T.S. o D.U.T.), situados en las regiones medias del espacio social. También se enfrentan a la realidad o al riesgo del desempleo y la precariedad laboral, así como a dificultades para acceder a un empleo estable e «instalarse» en la vida social. Estos grupos están un poco más atentos a la política, ya que la perciben a través de la presentación anecdótica y reductora que hacen ciertos medios de comunicación, cuya consulta distraída reactiva la visión depreciativa que los jóvenes tienen de la política. Tienen una vaga preferencia por uno de los campos políticos en liza y una hostilidad más marcada hacia otros (por ejemplo, la extrema derecha). Se han criado en un contexto político de desafección, desmovilización y cinismo y, salvo circunstancias excepcionales (por ejemplo, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002), su visión de la vida y del futuro apenas les anima a implicarse. Las generaciones de más edad, que estaban más inclinadas a participar, están siendo sustituidas gradualmente por nuevas generaciones más proclives a la abstención.
Desde la década de 1980, también hemos asistido al surgimiento de una desafección más sofisticada entre los sectores más politizados de la población. Estos ciudadanos pertenecen a las clases altas o medias altas. Les preocupa la política, se informan y debaten. Tienen opiniones sobre diversos temas y fuertes preferencias y antipatías. Sin embargo, también expresan decepción. Sienten que ningún partido les representa realmente, que hay menos diferencias entre la izquierda y la derecha, que el margen de maniobra de los gobiernos se ha reducido por la globalización y la integración europea, que el poder político es a menudo impotente, por ejemplo contra el desempleo, y que es «la economía la que ahora tiene prioridad». También ellos sienten la tentación de abstenerse, aunque el día de las elecciones sus convicciones y su preocupación por las consecuencias de sus actos acaben a menudo por sacarles ventaja. Cuando se abstienen, son los primeros en volver a los colegios electorales en cuanto ven motivos serios para movilizarse.
Un cierto escepticismo se cuela en estas categorías en cuanto a la importancia del voto. Los procedimientos de la democracia representativa envejecen paralelamente a la aparición de aspiraciones confusas y ambiguas para reforzar el papel de los ciudadanos en segmentos limitados de la población. Pero el aumento de las desigualdades en la participación tiende a socavar el principio democrático de igualdad entre los ciudadanos, ya que algunas personas votan ahora con más frecuencia que otras. Los partidos y los políticos son sensibles a las expectativas de los votantes. Es posible que el aumento de la abstención y las desigualdades en la participación provoquen una reorientación en la forma de abordar políticamente los intereses de los distintos sectores de la población.
El izquierdismo comienza como compasión por los pobres, pero termina como desprecio por los prósperos. El derechismo comienza como respeto por el pasado, pero termina como repugnancia por el presente. Cada bando llega a detestar los valores del otro más de lo que aprecia los propios. La política devora el amor y defeca el odio.
Se trata de comprender la desmovilización de los votantes, que afecta sobre todo a los grupos de clase trabajadora (e históricamente, de las minorías, sean estas raciales, de género o producidas por la inmigración), y dar cuenta de un fenómeno tan difícil de aprehender como el voto.